Hace tiempo nació una niña, una niña de ojos grises.
He oído que surgió del amor antinatural entre un demonio y una humana maldita. También escuché, que nada más aflorar del vientre de su made, esta murió al mismo tiempo en que se desataba la peor de las tormentas del siglo actual.
La niña no lloró, es más, no separó sus labios en ningún momento, ni siquiera para alimentarse.
Los médicos quedaron estupefactos ante esta reacción y, debido al miedo, la dejaron a merced de las callejuelas corruptas.
Nadie sabe como ni por qué, pero todas las noches, se podía observar a una joven pálida como la luna, de cabellos largos, lisos y más negros que la propia oscuridad. Aunque lo que mas horrorizaba a la gente, eran sus ojos: grises y fríos como la piedra que, aunque estaban repletos de amargura y tristeza, jamás liberaron una lágrima.
La gente la llamaba de diversas formas o, simplemente, gritaban y huían al verla, pero a pesar del odio y el desprecio, las mortecinas facciones de la joven seguían siendo indiferentes al desdén, que se clavaba como una espina en su frágil corazón, resquebrajándolo noche tras noche.
Una tarde cualquiera, yo mendigaba inútilmente por los callejones cuando, bien entrada la noche, divisé a la joven, que vagaba perdida entre la oscuridad, siempre con los ojos colmados de infinita tristeza.
Debía huir, gritar, correr…todo menos quedarme quieto, aunque eso precisamente fue lo que hice. El miedo me paralizó completamente y aguardé paciente detrás de la inmundicia. Aguardaba al pánico, al dolor, a la muerte… a lo inevitable.
Pero nada de eso llegó.
La muchacha se paró en seco. No por mí, si no por una sucia y enfermiza rata de alcantarilla que la miraba, presa del pánico.
La niña se dispuso a irse cuando la rata se acercó a ella. Sigo sin entender por qué se asombró ante esa reacción, pero la pequeña miraba a la rata con sus ojos marmóreos que ya no reflejaban amargura y tristeza, sino alegría y quizá una pincelada de esperanza.
La niña se agachó y acarició tiernamente al animal, mientras este la olisqueaba.
En menos de un minuto, la pequeña muchacha envolvió a la rata con sus manos y la acunó con aire maternal.
En ese momento, la niña maldita dejó de ser sombría, triste y tenebrosa. Ahora era una pequeña rebosante de felicidad, radiante y tremendamente dulce.
Un destello empezó a formarse a su alrededor hasta convertirse en una aureola blanca que se volvía más potente por momentos.
Por primera vez en su vida, la niña separó sus labios rosados para formar la que fue y sigue siendo la sonrisa más bonita y sincera que he visto jamás.
Quedé deslumbrado por la claridad del resplandor y cerré los ojos un segundo. Cuando los abrí, la pequeña y la rata habían desaparecido.
En su lugar, un rayo de cálida luz solar, se abría paso entre el cielo, casi siempre encapotado, para alumbrar tenuemente una ligera pluma blanca que se posaba suavemente en el suelo.
Todavía hoy nadie cree la historia de aquel ángel camuflado, enviado para salvar a la humanidad, que solo pudo llevarse consigo a aquella rata que todos odiaban, a la que todos despreciaban pero que fue la única que consiguió ver la pureza a través de una fachada de oscuridad.
A pesar de estar encerrado de por vida, de ser torturado para ignorar, yo sé que lo que vi es verdad y, por muchos años que transcurran, jamás lograrán hacerme olvidar aquellos ojos grises.
By: Elena